SAMSARA
- Juliao. T. Dosramos.
- 6 sept 2016
- 1 Min. de lectura


Cada encuentro de pasión es como nacer de nuevo,
encarnar tu esencia en aquella otra esencia,
compenetrarse y dejarse en un instante.
Cada encuentro es como pasar entre los ciclos de la vida,
abrir, cerrar, armar y desarmar el mandala del deseo.
Amar sin medida es eso, una reencarnación constante
que se sucede entre las sábanas de la vida.
Así se va en este ciclo de tantos y tantas amantes,
encontrándonos, dejándonos, viviéndonos y muriéndonos
entre gotas de sudor y gritos de placer,
tal vez fingidos, tal vez sinceros, y en la piel tan verdaderos.
pasamos la vida amándonos entre lechos,
entre paseos por el parque o la playa de la mano,
bebiendo el amor que dura lo que a él le da la gana durar.
Somos alma y carne yendo y viniendo entre alma y carne,
algunas veces inestables, algunas veces cuerdos.
Ese es nuestro camino enamorado de la piel y del deseo,
así es el ciclo de los que vemos el amor como un efecto,
ese amor que es igual de caprichoso que el tiempo.
Cada encuentro es una dicha, una risa, una lágrima
aconteciendo sin pausa en la rueda de lo cotidiano.
Nos sentimos plenos y vacíos de amor en ese ir y venir,
nos creemos tal vez únicos, tal vez normales, siempre locos
sin darnos cuenta que somos, simplemente, aquéllo
que lleva el río del deseo sin que le importe mucho
nuestra risa, nuestro llanto, nuestra historia.
En ese fluir hacia el ancho mar donde se pierde el alma
no somos más que esa carne pasajera de los días,
apenas las líneas de una historia que dura un instante,
o tal vez, para consuelo absurdo, una vida conocida.
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